Vivo, exuberante, versátil: el Lambrusco de Emilia Romagna es mucho más que un simple vino. Es la expresión auténtica de un territorio que ha hecho del gusto y la hospitalidad su seña de identidad. Su carácter inconfundible nace de la tierra emiliana, de su cultura campesina, de su energía. Es un vino que cuenta una historia antigua, cuyos orígenes se remontan a la época del Imperio Romano, cuando ya era apreciado y consumido habitualmente.
El nombre Lambrusco deriva del latín labrum, «margen», y ruscum, «salvaje», términos que evocan las vides no cultivadas que crecían espontáneamente a lo largo de los bordes de los campos. Una planta rebelde y generosa que, a lo largo de los siglos, ha encontrado en la llanura padana y en las colinas de Módena, Reggio Emilia y Parma su hábitat ideal. No es casualidad que en estas tierras se hayan encontrado restos arqueológicos que atestiguan la presencia milenaria de la vid labrusca, de la que aún hoy se obtienen las uvas utilizadas para producir este vino.
El Lambrusco de Emilia Romagna es un vino que sabe adaptarse, pero sin perder su identidad. Puede ser seco o amable, con un perlage más o menos fino, pero siempre mantiene una frescura inconfundible y una ligereza que lo hacen perfecto para acompañar la cocina típica emiliana. Es un vino sociable, nacido para estar entre la gente, para hacer especial cualquier mesa, desde las comidas de los domingos hasta los brindis más informales. Su color, a menudo rojo rubí intenso con reflejos violáceos, es solo el principio: el aroma es el de la fruta roja madura, las cerezas, las moras y las frambuesas, mientras que el sabor es pleno, pero nunca pesado, vivaz y satisfactorio.
Detrás de cada botella de Lambrusco emiliano hay una historia de trabajo, cuidado y pasión. Los viticultores emilianos, guardianes de un saber que se renueva cada día en las viñas, cultivan las uvas respetando la naturaleza y el ritmo de las estaciones. El vino que se obtiene es el resultado de una larga tradición agrícola, de un profundo vínculo con la tierra, pero también de la capacidad de innovar sin traicionar los orígenes.
Fresco, afrutado y agradablemente chispeante, el Lambrusco de Emilia Romagna conquista por su capacidad de combinar calidad y sencillez. No es un vino para meditar, sino un compañero de viaje, una invitación a la convivencia, una celebración de la vida cotidiana. Ya sea acompañado de una tabla de embutidos típicos, un plato de tortelli o una simple focaccia, siempre realza lo que acompaña, sin dominarlo nunca.
Elegir el Lambrusco de Emilia Romaña significa abrazar una cultura enogastronómica hecha de autenticidad, calidez y territorio. Es un vino que nace en el corazón de la región, pero que sabe hablar a todo el mundo con su espíritu libre, su personalidad chispeante y su larga y fascinante historia.